A veces me pierdo, y, en algunas de esas ocasiones, me quiero encontrar.
Normalmente me permito el placer de vagar, de recorrer los caminos internos que conocí y no volví a transitar. Aparecen instantes olvidados de polvo, de piedras, de tristeza, de indiferencia, de necedad. Momentos prohibidos, momentos sucios, algunos momentos perdidos, escalofríos de sed, vulgar hambre de piel. Estupidez. Frío. Largas noches, paseos por el techo, pensamientos espesos, largos, rotos, remendados, repetidos...
Me veo y me miro, me fijo, me gusto, me odio, me mimo, me perdono, me acaricio, me censuro, me empiezo a entender, me autocastigo, me justifico.
Sin darme cuenta, avanzo, hilvanando piezas, desandando caminos, y me veo donde he empezado, me reencuentro, y sigo mi actual camino.
A veces me pierdo, no me siento, no me entiendo, me miro pero no me veo, me desconozco, y, en mi lugar, descubro un ser que me da miedo. Y me aturdo de desasosiego, me posee un ente ajeno, un personaje que se equivocó de cuento. Y me necesito, y me busco, me persigo, pero no me veo.
A veces, tranquila, me reencuentro en mis sueños.
Otras, desesperada, me necesito, me echo tanto de menos! Busco en mi ser, revuelvo en mis deseos hasta descubrir qué perdí, qué descuidé, en qué momento me desvié y cual de todas mis voces quiero oir. Y con gritos de nostalgia la llamo. Rememoro canciones de sus escenas, y recuerdo sus hábitos, los colores de sus días y los versos obsesivos, las palabras, repetidas hasta ser un mantra, que sobrecogían una época.
En algún momento encuentro la pieza clave, el fetiche infalible que guarda el poder de reestructurar las piezas, de dar sentido a las ideas y que adquieran consistencia. De atraer hacia él las partículas en desvanecimento, hasta que me miro de nuevo y me conozco, y me toco y sé que estoy aquí, y porqué, exactamente, donde me encuentro...
...
Soñé en los días más radiantes
y me cubrió la sombra.
Invoqué noches oscurísimas
y me cegó la luz.
Intenté despojarme de recuerdos
y el tuyo me envolvía.
Dije que no eras más que polvo
y el polvo se rió de mí.
José Agustín Goytisolo.