Me aburro en tus silencios pero sólo si no estás. Ha llegado el frío a estas húmedas tierras, y, en tu ausencia, acumulo mantas sobre edredones y me acurruco en el ancho espacio que le sobra a mi colchón.
Sólo Clea maulla compañía, y yo me estiro poco de mañana cuando el agua de la ducha arde sobre mi sensible piel -debo estirarme más, pero no sé si quiero crecer-.
Un día más tengo los dedos fríos, a pesar de los guantes y del incesante teclear. Quiero que acaben de una vez estos grados de separación. Tu frío me llama sin calar, porque el frío que no es húmedo ni siquiera es frío de verdad. Mientras tanto me conformo en calentarme de dentro hacia fuera, en proyectar la esencia de mi cuerpo en el despacho donde sola pienso sólo con el estómago, que igual ruge de hambre y llora de inanición. Y es que tú me llenas las entrañas de mariposas, de montañas rusas y de color, y yo sólo como incesante pero no sirve para tapar el hueco que queda en el medio de mi yo. Me pregunto si se verá debajo de mi jersei, y lo levanto curiosa, pero el agujero de mi ombligo no deja adivinar la pobreza en mi interior.
Seguiré adelgazando a este paso triste y delicado, hasta que llegue a ser ingrávida y tal vez, si no te das prisa, vuele tan alto que no me puedas alcanzar.