La voz se me quiebra, a la vez que la esperanza se esfuma.
Sólo puedo pensar en forma de canción, pues el dolor en mi pecho no me deja soplar palabras, mucho menos las adecuadas, no me salen cuando se trata de ti. Y no eres sólo tú, es la calidez perdida que ahora no me deja dormir.
Mis gatos están tristes, uno de ellos ha empezado a vomitar la pena. Tal vez sea ésa la catarsis por la que mi estómago se cierra y no dejo de adelgazar.
Ventilo mi cuarto sin cesar, pero siempre olvido algún recodo donde queda tu presencia, efímera pero mortal. Me mata por dentro la falta de empatía, no hay modo de que el mundo entienda que algunos finales no son dignos de lo que dejaron atrás.
Nada me consuela, y la única compañía que me sirve queda muy lejos de este lugar. En realidad, aquí quedan sólo recuerdos muertos, fantasmas que me atrapan en espiral, el amor que no sé dar y las horas eternas cuando no soy capaz de interaccionar.
Me miro y me veo distinta, en pijama que no tiene dignidad, me acuesto y me acuno como nadie más me viene a acunar. Cierro los ojos y me inundan los gigantes del desconsuelo, de la impotencia, de la soledad, del no saber qué hacer y no poder decidir ni un paso que dar.
Éste es mi impasse terrenal, aunque mi alma está muy lejos, yo me tengo que soportar.