Tango

La pequeña malabarista de la verdad me decía ayer que una podría morirse bailando un tango, y no puedo menos que volverme a impresionar ante cuán fácil es la felicidad, y su facilidad verbal.

Escuchar y sentir el tango, tal como se vive el roce de la piel contra la piel amada. La elegancia sutil y violenta de los bailarines a los que bailar la magia no les cuesta, como no me cuesta verme envuelta de tu aroma, poseyéndote en mi mente como yo me pierdo, poseída, en tus ojos y en tu polla. La misma facilidad con que suena la música, se mueven las piernas taconeantes arrastrando el roce que eriza, altera y ligeramente incomoda, como se mecen, golpean y confunden nuestros cuerpos entre sábanas que huelen a distancia o insoportable presencia.