La bicho

Su madre divide el tiempo entre ir a la peluquería, comprar ropa, pintarse las uñas de los pies y sacarse el carnet de conducir.

Cuando voy de visita al pueblo, a parte de jugar con mi gato, yo dedico mi tiempo a ir a la bodega moderna con mis amig@s y secuestrar a la peque. Ella me adora, y, la verdad, el sentimiento es mutuo. Criada totalmente entre mujeres, no creo que en sus esquemas yo sea tal, puesto que jamás me ha visto tontear con un hombre (deberíais ver las caídas de pestañas que hace la golfilla, cómo se pinta los ojos, y, lo confieso, se conjunta la ropa interior, mimética ella), llevar tacones, ni, por supuesto, pintarme las uñas.

Le gusta ir a casa de mis padres y dormir la siesta con uno de mis peluches (cada día uno), beber leche espumada como la que bebo yo en el capuchino (imprescindible tener una capuchinera en casa), aprender malabares y comer con mis palillos.
Este día, estábamos discutiendo, el oso, ella y yo, sobre lo aburrido que es ser una princesa de Disney, y cómo mola la bruja de Blancanieves, (que, como notará cualquier iniciado, realiza ejercicios de autoafiarmación frente al espejo, base de la magia blanca y de la meditación). Le gusta que le lea Le pétit prince y Alicia in Wonderland o Trough the looking glass (criada trilingüe en catalán, castellano e italiano, disfruta la musicalidad de las palabras en cualquier idioma, aunque no lo entienda).

Se vuelve loca cuando la acuesto en mi cuarto y "engañamos" al mundo, hablando de nuestras cosas en vez de dormir.

Participa en las conversaciones serias que tenemos mi prima y yo en nuestros paseos, y, cuando me vuelvo a la city, se enfada y no me quiere dar un beso.
Es un diablillo imposible, pero cómo la echo de menos.

Ahora tiene la varicela, "y le pican los pies y el totín".